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El lienzo se extiende sobre la cuadrupeda mesa, que muda soporta un intenso y perpetuo esfuerzo. Abarcando desde la lucha con piezas formadas por millares de hebras entrelazadas en fraternal abrazo, las que pareciesen cobrar vida e intentan oponerse con suavidad pero con insistencia, al esfuerzo de quien lucha por lograr una extensión sumisa sin arruga alguna, en la obra que hoy inicia su camino hasta convertirse en traje, culminando en el planchado y entrega final.

Medir, mas de una vez, para cortar cuando se tiene la certeza de minimizar las probabilidades de error. Las piezas milimétricamente recortadas, extendidas en el área de trabajo, sumadas el minucioso trabajo de unirlas con hilo, aguja, destreza y paciencia, algunas veces con máquina y otras a mano.

La luz del día abandona el recinto, mas el artesano permanece en su afán, con vista cansada y a veces con la complicidad de unas gafas, hilvana por enésima vez en el día, para preparar todo para la primer prueba de la obra.

Un cliente ingresa por la mañana, lo espera una sonrisa que oculta el desvelo de la noche anterior, las piezas cosidas en la vispera, empiezan a cubrir el cuerpo del visitante, dando sentido a los trazos, puntadas y curvas. Un ajuste acá otro mas allá logran al fin dar satisfacción al artista, quien con una sonrisa despide a la persona que le agredeció.

La obra no está concluída y el trabajo menos aún, otros lienzos, trajes y clientes, hacen cola en la lista de pendientes, de éste hombre que está siempre con ocupaciones y casi siempre con la mejor disposicion, pues como a cualquiera le ocurre, tiene días mejores que otros. 

No siempre la tela es tan dócil como su textura sugiere, piensa para sí, mientras plancha el traje recién hecho. Una vez en su sercha, observa el trabajo finalizado. Imagina lo que sucederá con su obra, una vez incursione en el mundo ajeno al taller, apuesta a que lo volverá a ver, pues un ajuste siempre es necesario y los clientes cambian sus formas, poco varía la altura, un poco mas el ancho.

Nuevos ajustes en obras propias y ajenas, en una vida que está cambiando siempre y nos obliga a convertirnos en perpetuos sastres de experiencias que casi nunca están hechas a la medida y que nos mueven a medir, cortar, pegar y reajustar en flujo perenne, hasta el último suspiro.

Gustavo Adolfo Monroy

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