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Un vecindario con alta densidad de ramas y sobrepoblación de hojas, vestidas de verde obscuro con pequeñas espinas protectoras, que conviven en el ajetreo incesante de un rincón del mundo que no duerme nunca, entre la actividad febril de insectos y pájaros que permanece constante y rítmica, cambiando el compás con el ritmo que marca la luz del día, modificándolo  sin detenerse, bajo la invisible batuta de la luna.

Familias enteras de bellotas ven pasar la vida juntas y soberbias.  Ser el producto de una explosión de flor explica porque una entrada al mundo como aquella, provoque  que desde el nacimiento estos frutos,  perciban reinar en la majestuosidad de aquel rincón lleno de vida.  Nacidas y habitantes de las altas copas ven para abajo a la mayoría de criaturas del entorno, salpicado de olor a naturaleza,  reforzando su  sentimiento de superioridad,  que sin reparo presumen.

En tan elevado ambiente, la discusión sobre que es mejor que una bellota jamás se produce,  ellas lo tienen  claro,  no hay nada mas real y privilegiado que uno de esas frutos redondeados, a los que la naturaleza les obsequio una corona natural, que son alimentados por la sirviente rama,  protegidas por ejércitos de centuriones de hojas con sus afiladas espadas, aserradas multipunta que están dispuestas a enseñar su saña, ante la primer amenaza que intente tocarlas.  Todos dentro del palacio del encino que se impone en los paisaje,   erigido especialmente para protegerlas y servirlas.

Bajo esos pensamientos, la discusión sobre cual fruto o ser es mejor que una bellota jamás existe,  ninguna discute que ser bellota privilegio divino.  Concebir  la vida y la existencia de esa forma, crea un sustrato favorable para que florezca la vanidad, y sin conformarse con ser esos seres superiores, sienten la obligación de buscar la perfección y la vida transcurre mientras se ocupan en  ser la mejor bellota de todos esos lares, que es el único universo que conocen.

Entre criticas constantes, eventualmente había tiempo para ver a  uno que otros ser inferior.  En el mundo de la perfección un imperfecto destaca, pero el premio que gana siendo diferente es la andanada constante de burlas, que servía de distracción a aquellos seres que se sentían perfectos.

Convencidas de ser la mejor creación de la naturaleza y orgullosas de vivir en aquel palacio de frondoso techo, monumental obra destinada exclusivamente a servirlas, aquellas bellotas solían distraer y desahogar en burlas y risas la extenuante carga y el estrés que genera la constante búsqueda de ser  la mejor bellota de todas y el blanco de ese desahogo solía ser un torcido y deforme árbol de encino que estaba a cierta distancia del bosque donde ellas vivían. Ese árbol nunca llegó a ser tan alto ni tan frondoso, ni sus hojas fueron tan obscuras y protectoras, como las del palacio imperial en el que ellas vivían. Y por eso era receptor del desdén, las risas y las bromas peyorativas de estos frutos reales.

El árbol se torció grotescamente buscando encontrar una opción para poder crecer y vencer el obstáculo que una cerca encima de él representaba,  con los años, pero mucho después de haber generado esa horripilante torcedura de tronco, la cerca fue removida,  resultó que ese aparato que torturó la transformación del joven arbusto a árbol, de este este estoico alcornoque, fue producto de un error de medición, corregido no mucho después de haber producido.  La cerca se traslado  unos metros mas lejos de él, contigua al bosque que habitaban las presuntuosas bellotas, que hacían de la figura informe y torcida del árbol blanco de sus desprecios y burlas.  El  cuidado con el que se reubicó  la cerca a su alrededor para protegerlas, alimentó aun más los argumentos para sentirse importantes.

No era mucho el tiempo que le dedicaban las bellotas a burlarse del vecino, pero no había día en el que lanzaran bromas o comentarios cargados  de menosprecio para aquel alcornoque solitario, regresando pronto a su particular mundo de vanidad.  En ese ambiente aguerrido el suelo era abonado con una lluvia acida de comentarios fétidos de egoísmo.  Una bellota que se soltaba de su rama, golpeándose en el suelo, provocaba hilaridad y una descarga de bromas, por la debilidad del fruto y el ensañamiento duraba hasta que la caída bellota era absorbido por la tierra o era desterrado del lugar, con el apoyo de algún animal que se encargare de ese oficio. Lo mismo ocurría cuando alguna compañera, mal protegida — pensaba el resto — era tomada por algún ser alado o trepador de cola esponjosa, eligiéndola  para su almuerzo, la tragedia de una  se convertía en risas, en una histeria desahogada en múltiples coloquios repletos de carcajadas, después de todo la perdida de una de ellas,  despejaba el camino a las que continuaban en carrera por ser la mejor y mas perfecta de todas.

Cada uno de los grupos, iban generando destacadas, las que de pronto se convertían en las candidatas para pelear el cetro a la mejor de todas. Frutas regordetas rodeadas de grupos de otras que con dolor reconocen no poder competir con las bondades de su hermana, que se tragan el orgullo y sumisas, aunque deseando que esa elegida cayese o se perdiese y con ello abrirles nuevas oportunidades a ellas.  Con un resentimiento callado la rodean y le alimentan el ego, buscando pelear con grupos de otras ramas que viven el mismo conviven bajo la misma carga de sentimientos.

Las pocas elegidas, elevaban su estatus envaneciéndose aun mas, viendo de reojo a las otras con posibilidades de pelear ese cetro que era para ellas la causa principal de su propósito de vida, sin que pudieran imaginar otra cosa mejor que ser reconocida por todas como la mejor entre las mejores.

Burlas por doquier festejada por todas bajo la complaciente sonrisa de los arboles que las albergaban, que celebraban las ocurrencias de sus endiosadas hijas de forma silente pero constante, como siempre, cada día  el árbol de la figura dañada y la suerte torcida recibía su dosis de desprecios.

La vida transcurría y se mantenía la febril actividad de insectos y aves que continuaban sus programas de vida, sin atender a los comentarios y vidas de sus fatuas vecinas. El tiempo pasa como suele pasar siempre y en una vuelta del destino ocurrió un cambio en aquellos parajes.

La bellotas que estaban a punto de decidir quien era la mas perfecta de todas, fueron arrancadas junto a los árboles que las sostenían. El granjero decidió que las virtudes ni de ellas ni de los arboles eran las mejores para el mercado de aquellos días y decidió cambiar de rumbo esa parte de la granja.

Las bellotas mas bellas, al final entraron a concurso, fueron elegidas por un jurado de cerdos que entre la inmundicia del chiquero en que vivían,  comieron de primero a las mejores, siendo el único premio que al final recibieron. Los arboles frondosos y fuertes que las sostenían y  apadrinaban sus desmanes, los transformaron, convirtiéndose, en parte en cerca de granja, un poco corcho de  botellas de un vino no tan ostentoso que se producía en la región y otra parte leña.

Animales e insectos continuaron su vida febril, buscándose la vida en otros sitios pero sin dejar de luchar para mantener un ciclo. En el lugar quedo a pocos metros de la cerca un árbol torcido  permaneció erigido haciendo frente al mundo, con el correr de los años dio frutos. Unas veces bailando con el viento y otras encontrando la forma de sacudirse el mismo hizo que sus bellotas cayeran al suelo y que poco a poco dieran origen a vida nueva, a través de arboles fuertes de estructura y carácter que nacieron y crecieron alrededor de aquel alcornoque de la figura tortuosa, pero que con sus esfuerzos y luchas se convirtió en punto de origen de un nuevo bosque,  que aun hoy subsiste en aquellos lares.  Los encinos fuertes y altos, hacen un pequeño circulo de respeto,  custodiando orgullosos y reverentes a su padre, el árbol de la suerte torcida.

Gustavo Adolfo Monroy

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