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Inmóvil ante la mirada escrutadora y fría de un grupo de juzgadores con acusadora mirada, permanezco de pie hasta esperando que ingresen ocupen sus lugares y me permitan sentarme, en segundo plano, cual si fuera un ser inferior, justo asi me hacen sentir.

Sabedor que llegaría el tiempo en donde debería rendir cuentas, experimenté desde la euforia de presentarme, convencido que alegaría con vehemencia y sería invencible, capaz de discutirlo todo, hasta la angustia de sentirme diminuto y sin argumentos.

La vista de rostros serios impactaba mi rostro, tímidamente empecé. Conforme las palabras eran expelidas, desaparecía también la ansiedad, ganando en confianza, repetía frases con una fluidez que me gustaba cada vez mas y mas, sentí que mi repertorio de ideas no tendría fin jamás. La faz de las personas que con toga negra, cual manto de obscuridad estaban frente a mi continuaban inmutables, al extender la explicación, empece a repetir, incluso a confundirme, la otrora seguridad que emanaba mi cuerpo empezó a ser un recuerdo pasado, hasta balbucear inseguro, casi en tono de disculpa un tímido final. 

Vencido me senté, mis mejores argumentos fueron sometidos con la sóla drastica mirada de los mudos juzgadores, la sentencia estaba dada y era aceptada totalmente por mi. Sumido en mis ideas noté que la sala estaba practicamente vacía, no había contraparte alguna, siendo yo el único participe del inverosímil conflicto.

En la mental sala de mi propio ser, mi juzgadora conciencia había emitido otro fallo igual al de siempre, sometiendome a la avallasadora ley que me condena y convence a no hacer otra cosa, que no sea actuar correctamente.

Gustavo Adolfo Monroy

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