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Inmenso deseo de salir, disfrutar del aire libre, como hace tiempo no ocurría. No recordaba la última vez que siendo joven, paseo por el parque del pueblo, saboreando las horas que compartía con sus amigos, amigas, novias, una de las cuales se convertiría en su esposa.

Cincuenta y cinco años, preso y presa del terror de estarlo, demasiado tiempo, al punto de olvidar el significado de ser libre. Apura el contenido de un desvencijado vaso, camina a la reja que no opone ninguna resistencia, el trayecto lo lleva hasta el sitio que al abrirse lo comunica directo al mundo exterior, la calle está a solo un abrir de visagras.

Ni un guardia, alarma o cuidador pudo o tan siquiera intentó detenerlo, aunque la aprehensión no lo abandonó, ni el sentimiento de estar totalmente atrapado.

Previo al café, cuyo sabor no logró despejar la amargura en su boca, recibió la desagradable llamada que todos los meses mas o menos en la misma fecha, aterrizaba en su vida y acorralaba su tranquilidad, asfixiandola lenta y dolorsamente. La andanada de insultos preludio del aviso, indicando toscamente que el mensajero le pediría el paquete, parte del protocolo de siempre. La cantidad era la normal, esta vez no hubo aumento, para agradecer pensó ironicamente aunque entendiendo que algo de cierto tenia su pensar.

Interceptado cerca del parque, por un niño no mayor de once años, sin decirle nada sólo estiró la mano, recibió un paquete y se retiró corriendo. Para el niño, casi un juego, para el adulto un pago por una deuda que contrajo al cometer el delito de tener su negocio, en el mismo país en donde un grupo de parias salvajes, sin aprecio por la vida, hacen de la extorsión su modus viviendi y un gobierno que lo permite, e incluso quizás hasta se beneficie.

De regreso a su casa, negocio y prisión, pensaba en que transcurrió un mes mas en donde logró conservar la vida de su familia, a cambio de entregar el dinero que podría usar en pagar deudas en una epoca difícil, cubrir necesidades de sus hijos e incluso darse ese pequeño gusto que tenía tanto tiempo de no darse. Plata bien ganada por él arrebatada por otros.

Cuando por fin regresó, se encontró la cara de aflixión de su esposa y con dos hombres era la oficina de recaudación de impuestos, que decían haber detectado impuestos que no reportó, indicandole tranquilos que tenia la obligación de pagarlos mas la respectiva multa, claro está.

Gustavo Adolfo Monroy

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