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Época pasada, añejos recuerdos, cien o menos años, poco tiempo para la edad  del mundo, mucho si la referencia es humana.  Un pequeño pueblo latinoamericano, que se autoascendio a ciudad. Calles empedradas pero absolutamente limpias, los habitantes se conocían por su nombre, clasificándose por apellidos. Vestían su mejor traje, aunque muchos presumían a diario el mismo, como única posesión, eso sí impecablemente planchado. Ataviados para la importante ocasión que implicaba salir de la casa.

Faltaban bienes, no valores, eran tiempos tan de antes que no se usaba ni vehículo ni divorcio, no porque inexistentes, simplemente eran un lujo impagable en plata o prejuicios, que pocos podían permitirse.

La niña esperaba a su padre con el amor de siempre, acumulando las ansias reprimidas desde el domingo, cuando soñó chocolates.  Hoy viernes creyó ahorrar valor suficiente de pedirle los dos centavos a su padre, en esos tiempos el amor existía, la comunicación un poco menos. 

Cariñosa mano adulta, despeinó levemente el largo cabello  de la expectante mujercita,  ¿Me das dos centavos?,  hubo una sonrisa y una nueva caricia, mas no apareció el dinero.  El padre continuó su camino, la niña siguió con su sueño, dos centavos hicieron falta, hoy talvez son nada y esa vez fueron todo.

Gustavo Adolfo Monroy

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