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Una válija rebosante en ilusiones y una que otra prenda de vestir, acompaña a un viajero que con la leve carga de apenas dieciocho años, emprende la aventura de la vida, por primera vez bajo su responsabilidad absoluta.

Con mucho entusiasmo y nada de experiencia, recorre un mundo que descubre en cada paso, con el correr de los años, ha enfrentado  las complicaciones de tratar con personas que le superan en experiencia y maldad.  Tiempo después la maleta atesora lecciones aprendidas, unas cuantas cosas mas que cuando inició el camino, pero la misma ilusión de entonces.

Ya no estoy sólo, ésta vez me siguen tres personitas que ven mis pasos, como el camino que por ahora incuestionablemente los llevará avanzar (ya habrá tiempo para que inicien su propia ruta), me acompaña una extraordinaria mujer que junto a mi se abre paso, esperando ambos lograr reflejar el ejemplo previo de las fantásticas parejas que nos dieron la vida.  Un grupo (no muy grande) de amigos, que en el camino he encontrado, continúa conmigo.

El mundo dejo de ser un bocadillo, que como pensaba a los 18 podía devorar yo fácilmente, para convertirse en ese mar en tensa calma que a veces con sus olas, ha sabido revolcarme y dejarme algunas marcas, pero que sigue motivandome a embarcarme, explorarlo e intentar conquistarlo.

Ideas e ilusiones que siempre me han acompañando, nacen constantemente justo como ocurría cuando inicié este camino, pero el espejo me recuerda que los años han y siguen pasando, aunque no puedo evitar al verlo pensar que me engaña, pues en espíritu sigo siendo el mismo, simplemente yo.

Gustavo Adolfo Monroy

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