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Una pequeña y frágil criatura se aferra nerviosa, a la mano mayor que envuelve amorosamente la suya.  Mas con incertidumbre, que con angustia, enmarcada en la inocencia que toda mirada infantil refleja y que lamentablemente se pierde en algún momento de transición, en el viaje de la niñez a la adolecencia, observa.

Hay un paso que debe dar, sin atreverse, escucha con atención a la voz que con ternura y paciencia, va respondiendo todas sus dudas, inquietudes como:

– ¿Estas seguro que me van a querer?,
– No sólo te van a querer, te amarán intensa e inmensamente.
– Pero. ¿Cómo sabran lo que quiero, no hablamos el mismo idioma?
– Es verdad que al principio les costará entenderse, pero veras como muy pronto llegaran a conocerte, serás para ellos un libro abierto y aunque creas que si, no podrás ocultarles nada, por mas que transcurra el tiempo.
– ¿Y si hago alguna cosa mal y dejan de quererme?
– Vas a hacer muchas cosas mal, algunas pequeñas, otras no tanto y mas de alguna vez se reflejara tristeza en sus rostros, pero el amor que tendrán para ti, jamas va a extinguirse, crecerá y crecerá.
– ¿Estás seguro que debo ir?
– Debes y cuando lo hagas hazme un favor
– ¿Cual abuelito?
– Dile… hazle saber a tu padre, amándolo con todo tu corazón, que yo sigo velando por ellos, que mi vida en la tierra dejo de ser, pero mi amor vive y los acompañara siempre, tan vivo como tu que en minutos nacerás, regalandoles una permanente felicidad, que hasta ahora no conocen y que solo un padre experimenta.

Con un beso se despidieron, un fuerte llanto rompió el silencio de la sala de operaciones, para los doctores era un parto mas, mientras un nervioso papá conmovido hasta el alma, tomaba la mano de su compañera de vida y recién estrenada mamá.

El cielo se iluminó con una sonrisa, que ellos no percibieron, pero que todo el tiempo ha estado justo allí.

Gustavo Adolfo Monroy

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