Cuadriculado tejido que viste los terrenos altos de mi amado país, presumiendo el traje típico de la propia tierra. Forman distintos cultivos el bordado y diversas parcelas protegen con celo materno, los vegetales que se servirán en mesas chapinas en tan sólo unos meses, tiempo suficiente para que la natura finalice sus maestras obras.
Recorro carreteras, como arterias que conducen la circulación del torrente cargado del trabajo honrado de cada órgano del terruño lleno de vida. Ingreso de pronto a un territorio en donde la misteriosa neblina pretende esconder la hermosa visión que habita apenas a unos kilómetros de allí, a quien no pague con su visita, el transitar cerca de ese lugar que cuidan con absoluto celo, centinelas volcanes resguardando un tesoro de inigualable belleza, que enmarcan junto al colorido de sus pobladores y la tranquilidad que se respira en los alrededores del lago mas hermoso del mundo, Atitlan.
Ruta esculpida entre montañas, continúa su asenso a la tierra de los altos, insigne ciudad del occidente nacional, cuyo centro es mudo testigo de un millón de historias transmitidas de una generación de los orgullosos portadores de sangre quetzalteca, muchas de ellas narradas alrededor del restaurado parque.
Un frío brumoso da la bienvenida a ésta tierra de gente emponchada, amable y de corazón cálido, y cultura tan alta como la ciudad que representan, culminando el día con el regalo de apreciar y ver paisajes fantásticos.
Este permanente invierno nuestro es disfrutable con tan sólo recorrer desde cualquier punto del país unos cientos de kilómetros apenas. Junto a la eterna Xela, vecinos imponentes, los cuchumatantes Huehuetecos, esperan con su agradable baja temperatura a quien desee asistir gratuitamente a un show de impresionantes vistas, diferenciándose de las cercanas montañas Marquenses por el verde nuboso que poseen convirtiéndose en un hogar acogedor para el no menos bello y verde quetzal, ave símbolo de poco mas de trece millones de personas unidos por una misma nacionalidad.
Un hogar similar digno para su majestad ave, crece en las montañas Cobaneras, lugar en donde Dios mezcló toda la paleta divina probando y pintando toda clase de verdes y turquesas, combinándolos con un rojizo suelo, sitio regado por su chipichipi, mas caudalosos y estéticos ríos que constantemente modelan tras los flashes de mas de un millón de cámaras disparadas por los impresionados ojos de los turistas que desean guardar un rectangular y perpetuo recuerdo de esos mágicos lugares.
Los gélidos ríos que nacen de la parte más alta de la sierra que parece estallar en Jalapa, lugar en donde la corona de los reyes y príncipes de cada hogar se intercambia por un sombrero y la belleza natural, pareció replicarse en las facciones de sus féminas.
Esta es mi Guatebella querida a la que le canto en estos cuatro tiempos, siendo este el primero, segun mis ojos la ven.