En la soledad de su casa rodante, un hombre apaga la tristeza con un amargo cafe e intenta incendiar la soledad, difuminandola a traves del humo del cigarro que le ocupa manos y boca.
No disfruta compañía humana alguna, es tímido y la interacción uno a uno le genera una incomodidad indecible.
Su niñez y adolescencia acompañada de muy poco tiempo para relajarse y gozar de la experiencia de ser niño. Bajo la estricta vigilancia de un padre que le exteriorizó su amor en forma de disciplina, pero con cero caricias y contacto humano, en una casa carente del aporte materno. Hace veinte años que no le ve, cumple apenas treinta y cuatro.
Disfruta de paseos nocturnos, acompañado por el sonido de los grillos, de una poca luz y de las sombras de objetos que asemejan descansar, en espera del nuevo día.
Se siente invisible al resto de la gente, salvo cuando está en el centro de una pista circense, bañado por completo, de la iluminación provocada por reflectores y fulgurantes miradas, que parecen no fijar su atencion en algo distinto a el.
Se rodea de risas, logra el efecto que muchos quisieran poder crear, aunque sea alguna vez. Con mayor o menor intensidad, consigue siempre noche a noche, de pueblo en pueblo, que los estallidos de risa aparezcan. Regala instantes de alegría, enmascarado bajo la armadura compuesta por maquillaje, traje vistoso y nariz roja.
Cuando sale de escena regresa también a su mundo, el real, en donde le espera la soledad y un cartel pegado a su puerta con una imagen propia de forzada alegría, que parece recordarle cada día, provocándole un pesar difícil de digerir, el irónico mensaje de ríe payaso ríe.