Graduada de madre con honores, sin haber engendrado nunca. Morena piel, orgullo Garifuna, enfundada en optimismo que reflejado a través de su imborrable sonrisa, ilumina un rostro con el extraordinario poder de reflejar y transmitir la paz interior que en ella habita.
Con voz garrasposa, fabricada por cuerdas vocales de mas de 95 años de uso, me invita a entrar en su hogar. Pequeña y muy pulcra casita de madera, rodeada de terreno, cinco o seis veces mayor que el espacio que ocupa la vivienda, sembrado con arboles frutales y rosas.
Mama Oti no conoció los rigores del embarazo, a los dos años apenas, falleció su madre. A los dieciséis completó su orfandad con la muerte de su padre, tres hermanos menores que aunque no compartían madre, pusieron su futuro y esperanzas en una niña sin profesión, que no obstante cuando los abrazaba, provocaba en ellos la sensación de no existir ningún otro lugar en el universo mas seguro que esos dos brazos morenos.
La inocencia de cuerpo permanece aún hoy, en su mente y en la vida de tres pequeños, a tan sólo dieciséis abriles, hace 79 años, Otilia se convirtió en mama Oti.
El dia que la conocí, el sol brillaba, al llegar a una puerta que hacia las veces de cerco, un terreno que unido a la amplia y blanquísima sonrisa de quien hace de una casita de madera su hogar, me dan la bienvenida. Un jardin muy verde, sumamente cuidado, es la antesala a un habitáculo que parece nacer justo antes a un huerto de múltiples colores, olores y proveedor de buena parte del sustento diario de Otilia y del que disfrutan también sus invitados. Por regalo del destino, tuve la suerte de ser uno de ellos.
A mama Oti, le agradan las personas, a quienes atiende con mimos y calidez, en media hora de charla me hablo de sus inicios en el arte de ser madre, de una vida dura que no logro quebrar su endereza y felicidad, de la reciente muerte de su hermano, agradeciendo a Dios porque la que sufrió su partida fue ella, pues el no habría soportado el dolor de verla partir a ella primero, extrañandolo en el alma, prefiere sufrir ella y no causar dolor. El premio extra al deleite de escucharla, asoma en forma de jugo de frutas, nacidas en el traspatio, transformadas en delicias en una poco provista pero hábilmente usada cocina.
Me fui porque tenía, aunque hubiese querido permanecer, apropiarme del positivismo, fuerza y paz que mama Oti producía y compartía generosamente, con quienes hemos tenido el privilegio de conocerla.