Neblina es el único obstáculo que se interpone entre mis ojos y un paisaje extraordinario. El mar de verdes hojas, acaricia las montañas con paciencia interminable, un valle inagotable se expande hacia el otro extremo. Siento que estoy en la cima del mundo.
No pensé venir acá, jamás imagine que un lugar así existía. Largas horas de viaje fueron pagadas con el espectáculo visual y agradezco inmensamente al promotor de la visita quien me enseño a medir en «tragos» la distancia, haciendo menos pesado el transitar. El primer rempujon de vaso, donde los caminos se encuentran, acompañado de una tortilla con carne recién hecha. Otro antes de empezar a subir las curvas de la carretera que conecta a los cuatro pueblos y el del estribo como celebración de alcanzar el camino de inicio de la cumbre.
Sinuosa empinada carretera, que en domingo ve rodar a los hombres que buscan y encuentran su entretención en la bebida, mientras sus mujeres los esperan para recoger el bulto cual maleta de aeropuerto, a orillas de la carretera.
El frío seco acompaña mi visita, a pesar de la humedad, esta debe capturarse para poder ser utilizada, mas el ingenio humano vence hasta la falta de agua y logra sobreponerse. Los trajes vistos y colores son un encanto mas que ofrece al visitante una paz irrepetible y la sensación de estar allí mas cerca de Dios.